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Mostrando las entradas de 2020

¡A que está caendo!

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Puedo empezar a escribirte sintiéndome poalleira, gotas de agua como partículas de polvo en el aire, como -poco a poco- caerán estas palabras en papel.  Así, al igual que cuando el agua es babuña, me desliza gélida y suave una pregunta, desde hace ya bastante tiempo: chuvia, ¿por qué será que hay personas que te detestan en temporada?  Siempre me pregunté qué hay de malo en que el cielo llore unos cuantos días seguidos, en por qué este precioso fenómeno gusta tan poco a tantas personas. ¿Será por la pérdida de esa falsa ilusión de control que genera en nuestras vidas?; me asombran las personas que todavía creen tenerlo; de hecho, esa forma de vivir se me parece a un fuscallo de invierno, esa niebla que, sin darte cuenta, te cala hasta los nervios. Será por el tráfico, los semáforos hablando solos, el sonido de los claxon retumbando en el estrés colectivo, las alcantarillas que, por veces, se rebelan y comparten sus olores con el resto de transeúntes. ¿Y si esta amargura irr...

Hay abrazos que hacen falta

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Sí, lo sé. Sé que no es un buen momento para volver a pedirte algo así. -Abrázame-, te dije aquel seis de mayo en Chamartín, cuando una sola maleta, pocos ahorros, tú y yo éramos libertad poesía y esperanza. ¡Y cuánto me abrazaste! en mi seco felpudo encontré una lluvia de respuestas e interrogantes y es que incluso en medio de toda esa sequía, me regalaste versos y claveles. Hoy te abrazo yo, Madrid. Cuántas personas hemos descubierto al mismo tiempo el precio de los sueños. Hoy la libertad es portada de noticia. Deciden, dicen, que nos la quitan, pero basta ponerle nombre a un mudo sentimiento para que nazca una lenta siembra: esta lucha innata para proteger lo que es nuestro. Me quedo aquí contigo porque así lo decido, bien sabes que no soy de prohibiciones. Este puente está en obras, en silencio estamos construyendo un camino mejor. No todas las sonrisas tienen candado detrás de estas puertas cerradas, la poesía sí continúa después de las doce. Hoy te abrazo yo, Madrid. Hay abrazos...

Lucrecia y Amapolo

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  Lu crecia y Amapolo paseaban por una amena pradera. Dijo Lucrecia:  -Tengo nostalgia de lo que no he vivido.  Amapolo la miró.  -Yo tengo nostalgia de lo que no me he atrevido a vivir -replicó.  El vivo color de las plantas que pronto florecerían, junto con el calor que emanaba del sol, prometían la llegada de la esperada primavera; pero blancos tocados todavía vestían la montaña, recordando que el frío aún no se había ido del todo.  -¿Tú también lo sientes? preguntó Lucrecia.  -No. Yo tengo nostalgia de lo que no me he atrevido a vivir -repitió Amapolo.  -Pues eso, Amapolo. ¡Es lo mismo!  -Que no mujer, no es lo mismo.  -¡Ya estás llevándome la contraria otra vez! ¿Qué diferencia hay con lo que yo acabo de decir?  -Pues muy sencillo, creo que esa nostalgia de la que tú hablas es inofensiva. Apuesto que a nuestra edad es algo así como un síntoma, ya sabes, el dolor de cadera, la artritis, o ese primer diente que se te cae y le ech...

Transformamos lo ajeno

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Siendo siembra y cosecha, tiempo y espera. Siendo hierro y piedra, siendo tierra y aire, el abrazo convertimos en lenguaje sintiéndonos muy cerca. Los párpados cansados aplaudieron en el silencio de lo que parecía ser un callejón sin salida. Descubrir en un cerrar y abrir de ojos que se atascan las puertas de nuestros hogares, sin embargo, nuestras ventanas son ahora también las ventanas vecinas. Ver el rostro de quien no conoces pero hoy siente lo mismo que tú. Contracorriente fuimos siempre los que sabíamos que si algo mueve el mundo es el sentido y el sentir común que nos ha traído hasta aquí, como grupo, como individuos, llámalo como quieras, pero contra viento y marea pertenecemos a una especie que ha sobrevivido por actuar en beneficio colectivo, no individual. Contra todo pronóstico hemos mirado de frente a la libertad y por fin le hemos preguntando qué significa. Aunque todavía no sepamos la respuesta, ahora sabemos que es algo más que movimiento. Quizá, y solo quizá, tenga más...

Conversaciones en Panamá

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  Si algo tienen las personas panameñas es generosidad. Comparten aquello que tienen y están llenas de alegría. Te cuidan.  -¿Puede ayudarme a llegar al casco viejo?, -le pregunté a una señora en el metro.  Después de una larga explicación, me respondió:  -¿Viajas sola? Mijita debes ser el orgullo de tu abuela. ¡Ay! esta es su parada, cinco de mayo, bájese aquí y que Dios me la bendiga. Otro día un taxista me dijo: -Muchacha, no te voy a dejar donde me pediste porque esa calle está muy sola, te vas a quedar en esa tiendita llena de gente y cuando venga el autobús cruzas la calle y lo paras, aquí no hay paradas como en España, aquí paramos donde haga falta, usted se me queda aquí. En Panamá fui copilota en un autobús, conversando acerca de lo duro que es trabajar diecinueve horas al día por cuarenta dólares: David, mientras conducía, me contaba entre risas sus sueños europeos. Sin olvidarme de mi primer trayecto sola en el “Diablo rojo” (autobuses típicos de la ciuda...

Soy autóctona

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  Soy autóctona, qué le voy a hacer. Reconozco la tierra de la que no formo parte p orque me pudre la raíz el sentirme invasora. Sé que debo renovarme constantemente no sobrevivo a cualquier conversación ni al intento de condensación de los sentimientos. Soy autóctona del terreno que ofrece alabanza a los ciclos eternos, que desprende de sus faldas absurdos complejos, que se enzarza solo con la danza de su viento. Y Lloro. Transparente y trasnochada ante las calles del Mundo. A veces me desprendo de mí misma y ruedo por el bosque con mi savia inservible. Y Sangro. Vuelvo a sentirme fuerte y fértil dentro del juego de la posibilidad. Soy de aquel terreno que respeta  la transformación de sus deshechos que asienta los nidos que nacen la vida los cuentos nuevos, los cantos viejos. A veces, también, enmudezco. Me vuelvo más fría que el invierno acepto el barbecho más tiempo del que debo y toco madera por si la suerte algún día  quema todo aquello en lo que creo. De mis verdad...