Comino, albahaca y tomillo
Ejercicio de creatividad en el taller de escritura: quince minutos para escribir una receta de cocina (al gusto). Con un bloqueo inicial de cinco minutos (la cocina no se me da muy bien), un dejarse llevar por el lápiz y el papel y un poco de humor, parece que la receta quedó en su punto.
De nada me sirve el comino, la albahaca o el tomillo sin la carne adobada de ayer. Me falta la carne que se ha ido sin la salsa ni el tinto, dejando por la mitad esta historia justo al lado de una botella cerrada de vino.
Puse zanahoria, calabacín y pimiento en cuadros, como el mantel de nuestra terraza. Puse cebolla en juliana y diminuto el ajo. Sofreí la esperanza de un final feliz en la sartén que encontramos en la calle jazmín.
Añadí el tomate triturado y un puñado de orégano, sentí el humo atravesando mi mano a fuego lento.
Esperé y esperé, recordé los bordes chamuscados de la cebolla antes de conocerte, cuando todavía no sabía para qué existían en mi vitrocerámica los números uno, dos y tres.
La cebolla pochada, después de conversarlo con el tomate, me pidió un poco de azúcar. Parecía estar todo en su punto cuando me di cuenta que olvidé recordar, o recordé que olvidé, poner la olla con agua a hervir para los espaguetis. Siempre a destiempo dirías, nunca oportuna, pensé. Así era mi vida: cuando lo más importante (que lleva su tiempo) está listo, olvido preparar el complemento que haga útil todo lo que invertí en el proceso.
Agua hirviendo, siete minutos, espaguetis al dente. Con la salsa casi fría recordé cómo decías que en la cocina, así como en la vida, hay que tener altas expectativas.
Me senté en tu silla favorita para comer, ¿por qué elegimos la rigidez del cuadrado para nuestro mantel? Suspiré.
De qué me sirve el comino, la albahaca o el tomillo sin ese café de después.
Loredana Cacucciolo
Comentarios
Publicar un comentario